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Gary Cooper en The Fountainhead

Hace millones de años, un hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la hoguera que enseñó a encender. Pero les dejó un regalo que ellos no habían concebido, y alejó la oscuridad de la tierra. A lo largo de los siglos, hubo hombres que abrieron nuevos caminos armados únicamente con su propia visión. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos, inventores, estuvieron solos contra los hombres de su época. Cada nueva idea fue rechazada, cada nuevo invento fue denunciado, pero los hombres con visión de futuro siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron, pero vencieron.

A ningún creador le impulsó un deseo de satisfacer a sus hermanos. Sus hermanos odiaban el regalo que él ofrecía. Su verdad era su único motivo. Su trabajo era su único objetivo. Su trabajo, no aquellos que lo usaran. Su creación, no los beneficios que otros sacaran de ella, la creación que daba forma a su verdad. Él sostenía su verdad contra todo y contra todos. Seguía adelante aunque otros no estuvieran de acuerdo con él. Con su integridad como única bandera. No le servía a nada ni a nadie. Vivía para sí mismo, y sólo al vivir para sí mismo fue capaz de lograr las cosas que son la gloria de la humanidad.

Esa es la naturaleza del logro. El hombre no puede sobrevivir, excepto a través de su mente. Llega a la tierra desarmado. Su cerebro es su única arma, pero la mente es inherente al individuo. El cerebro colectivo no existe. El hombre que piensa, debe pensar y actuar por sí mismo. La mente racional no puede funcionar bajo ninguna forma de coacción, no puede subordinarse a necesidades, opiniones o deseos de los demás, no es un objeto de sacrificio. El creador se mantiene firme a sus opiniones, el parásito sigue las opiniones de los demás. El creador piensa, el parásito copia. El creador produce, el parásito saquea. La preocupación del creador es conquistar la naturaleza, la preocupación del parásito es conquistar a los hombres. El creador necesita independencia, ni sirve ni gobierna, se relaciona por libre intercambio y decisión voluntaria. El parásito busca poder, quiere atar a todos los hombres en acción común y esclavitud común. Ve al hombre como una herramienta para el uso de los demás, que debe pensar como ellos, actuar como ellos, y vivir abnegado y triste, sirviendo toda necesidad excepto la suya.

Miren la historia. Todo lo que tenemos, cada gran logro, ha salido del trabajo independiente de una mente independiente. Cada horror y destrucción procede de los intentos de convertir a los hombres en robots sin alma ni cerebro, sin derechos personales, sin ambición personal, sin voluntad, esperanzas o dignidad. Es un viejo conflicto. Tiene otro nombre, lo individual contra lo colectivo. Nuestro país, el más noble de la historia de la humanidad, se basó en el principio del individualismo, el principio de los derechos inalienables del hombre. Un país donde un hombre era libre de buscar su propia felicidad. Ganar y producir, no rendirse y renunciar. Prosperar, no morirse de hambre. Lograr, no saquear. Tener como mayor posesión su sentido de valor personal y como mayor virtud, su respeto hacia sí mismo.

Miren los resultados. Eso es lo que los colectivistas les están pidiendo que destruyan, como ya se ha destruido parte de la tierra. Yo soy arquitecto, sé lo que vendrá por las bases de lo que se construye. Estamos llegando a un mundo en el que no puedo permitirme vivir. Mis ideas son de mi propiedad. Me las quitaron por la fuerza, violando un contrato. No se me permitió apelar. Creían que mi trabajo pertenecía a otros para hacer lo que quisieran, que tenían un derecho sobre mí sin mi consentimiento, que mi deber era servirles sin alternativa o recompensa.

Ya saben por qué dinamité Cortlandt. Yo diseñé Cortlandt, yo lo hice posible, yo lo destruí. Acepté diseñarlo con el fin de verlo construido como yo quería. Ése fue el precio que le puse a mi trabajo. No me pagaron. Mi edificio fue desfigurado por los que se beneficiaron de mi trabajo sin darme nada a cambio. He venido aquí a decir que no reconozco el derecho de nadie a un minuto de mi vida, ni a ninguna parte de mi energía, ni a ningún logro mío. No importa quién lo reclame. Tenía que ser dicho. El mundo está pereciendo en una orgía de sacrificio. He venido para ser escuchado en nombre de todos los hombres independientes que hay en el mundo. Yo quería plantear mis ideas. No quiero trabajar ni vivir bajo otras ideas. Mis ideas son el derecho del hombre a existir por sus propias razones.

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3 comentarios en “Gary Cooper en The Fountainhead

  1. Demasiado individualismo –y mira que me duele decirlo, como liberal– también puede matarnos. El hombre es un ser social, es un ser abierto a otros, esencialmente, y si esto es oscurecido, estrechado hasta llegar a decir con encomio «vivía para sí mismo», llegamos a un ahogo, a una asfixia del ser. Sucede, sin embargo, que estas diatribas anti-colectivistas se entienden si enfrente, o por encima, se tiene un poder que quiere convertirnos en borregos, y aborrece la distinción, la excelencia y la individualidad. Pero en términos generales, históricos, son los pueblos, las culturas enteras (esa solidaridad entre las generaciones) las que han creado las grandes obras: el pensamiento occidental, las catedrales, la ciencia moderna, el cine, la música barroca y la de Star Wars. El genio particular pone su chispa a un haz de leña apilado por una multitud, por un clima, por un época, que no se ha creado sola.

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